Hay un momento en el día,
en la mañana, para ser más exactos;
cuando las cosas están mansas,
como si del ojo del huracán se tratara.
Ese momento en pausa,
donde las corridas usan sus manos para sostenerse la cabeza
y miran lo que hago, enamoradas.
El sol entra por la ventana
y hasta los hilos de bordar se inclinan para chusmear
qué es lo que se está yendo.
Amo ese fragmento de existencia diaria.
Después, salgo como si nada hubiera pasado
y leo en las paredes las consecuencias:
«No es lo que hacemos,
es lo que sentimos en cada
cosa que estamos haciendo»