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Las agujas y los charcos de aceite.

Bordar tiene mucho de volar. ¿Viste que antes pintaba Mandalas? Pinté Mandalas de puntitos por años (para los nuevos que me leen); hasta tuve un puesto en la feria del Parque Centenario —besos y golpe de puño al pecho para mi Chiru, si me está mirando— dale y dale, hacía puntitos sobre la madera.
Llegó un punto (valga la redundancia) donde pintar un Mandala era un sinónimo de meditación.
Se me detenía el tiempo y todo lo que estaba alrededor desaparecía para mi.

Con el bordado no me pasa eso, bordar tiene otra magia para mi. Todavía no puedo explicarlo bien, pero cuando estoy bordando, siento que me conecto con mujeres que estuvieron antes que yo. Es como si mi abuela, y la abuela de su abuela y todas las mujeres que me trajeron hasta aquí; vinieran a ver qué estoy bordando. No digo que tenga una tribu de espíritus alrededor mientras estoy bordando —solo un niñito de 5 que corre como un indio pero no viene a cuento jaja—, Bordar para mi, tiene algo de antiguo, de ancestros, de reconciliación, de linaje… y al mismo tiempo tiene algo de búsqueda.

Hoy, mientras bordaba, observaba la aguja moverse por la tela; y “me tildé”; pensé que las puntadas no están sobre la tela, las puntadas están buscando los colores que salen del revés de la tela. Como si la aguja fuese una pala, en realidad. Me vino esa idea: “las agujas, en realidad, son buscadoras.”

Una vez me pasó que estaba en la parada de un colectivo, y adelante mío había un gran charco de agua. No era un charco cualquiera, era uno de esos charcos de aceite que dejan a veces, los autos y colectivos. El punto es que ahí estaba yo, parada, muy temprano a la mañana, después de una noche de lluvia; y en ese esperar el colectivo, apareció un rayo de sol. Se tropezó en los adoquines y fue a iluminar el borde del charco en la caída. Y ahí lo vi, había un arcoíris en el aceite.

Incliné la cabeza como quien busca capturar una escena, para que ese presente, no se me escape. Y los ojos se me fueron a mirar la fila de los que esperábamos. Entonces, vi que había una mujer haciendo lo mismo que yo y sonriendo, con una de esas sonrisas que suenan a tranquilidad, una pequeña sonrisita de costado —ahora que lo pienso no sé si miraba el arcoíris del charco o si miraba para el mismo lado pensando en alguna persona graciosa; pero a mi, me hizo ilusión que alguien más, sintiera ese asombro de belleza simple en el mismo momento que yo—.

-¿a qué venía esto, Tuky?- Ah! sí, a que bordé un arcoíris y me di cuenta que el diseño no se pone sobre la tela; la aguja lo escarba como un antropólogo buscando entre las hebras.

Las agujas de bordar buscan, como esa gente que busca el arcoíris en los charcos de aceite…

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