No soy buena para las conversaciones comunes,
no me sale festejar cuando una mujer se compra un perfume con descuento,
no me sale decir:
“que maravilloso miamor!”,
ni festejar dando saltitos
porque llegó el producto Avon de la revista.
No me sale hablar de la diferencia entre el calcio y el brillo,
no me sale decir “lápiz labial” en lugar de “pintalabios”,
no me sale mantener una charla de diez minutos, cuyo tema principal, sea
“el super tupper hermético con florcitas rosas”
o lo que pasó en el Bailando anoche.
Me siento perdida, como uno perro en cancha de bochas,
cuando estoy rodeada de mujeres
que juegan a que no existen
la muerte,
el hambre,
el desamor,
el dolor
y los hijos de puta,
más allá de las francesitas.
Eso sí, tengo un dispositivo protector, super eficiente:
me sale perfecta,
la cara de antisocial en las charlas de oficina
y fuera del trabajo,
puedo llorar de emoción
mirando una planta.